Amor y ternura, también en el activismo político

Una reflexión sobre cómo el amor y la ternura radical transforman nuestra forma de militar.
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Y en este cuidarse y cuidar al otro, batallando al final con los estigmas del sistema y sus raíces profundas, no nos olvidemos que escribimos desde occidente, desde el norte opresor, el que ha construido y construye guerras para el sur haciéndolo pasar por conflictos étnicos, el que nos dice que el norte es el espacio democrático y de valores supremos frente a la bestialidad del sur. Aquí seamos especialmente combativas. Si queremos ser activistas que tengan en cuenta estas opresiones, no las ejerzamos en los espacios de activismo, generemos lazos profundos con las compañeras del sur global, eliminemos esas miradas de superioridad que atraviesan esos discursos aprehendidos que hablan de legalidad, de honestidad, de racionalidad .... El mundo es todo menos legal, racional u honesto. Aprendamos del sur, de su búsqueda, de sus raíces, de la manera de hacer comunidad, de crear acción mucho más efectiva y directa que las vueltas neuróticas que dan nuestras cabezas contaminadas. En nuestro paso por el activismo, hemos sido testigos en demasiadas ocasiones de esas miradas y esos argumentos etnocentristas, pseudolegalistas y pseudoracionales. Negando al otro su capacidad de acción sobre la sospecha que no es legal o racional, el sur hace décadas que ha aprendido que las pretendidas legalidad y racionalidad son armas de doble filo en la que siempre pierden. Actuemos con valentía y decisión, apasionadas y radicales.
En esta mirada desde la ternura, no queremos dejar de decir que, para muchas de nosotras, la lucha por Palestina surgió al enfrentarnos al sufrimiento atroz de su infancia. Como escribieron Sunera y Jonathan en el Día de la Niñez Palestina, citando a Khalil Gibran: “Lxs niñxs son sagradxs como el agua, las plantas o el viento. Son el horizonte y el espejo de nuestro pasado.
Nos atraviesan, pero no nos pertenecen —pertenecen a la vida—, y es este mundo quien falla al no protegerlos”. Ese dolor es insoportable precisamente porque es indescriptible: las palabras se agotan ante los cuerpos despedazados, las manitas inertes, las miradas vacías. Las madres lo sabemos mejor que nadie. Parir te convierte en madre universal —en cada niñx del mundo ves al tuyx— y por eso Gaza nos desgarra las entrañas. Es un dolor físico: lloramos, berreamos, nos desmoronamos al imaginar a nuestrxs hijxs en ese infierno. Y luego, entre lágrimas, surge la rabia más pura: que nadie pueda decir “no lo sabíamos”. Que este horror sea invisible para el mundo no es un accidente: es la prueba de que el sistema sólo protege ciertas vidas. Nosotras lo nombramos. Lo gritamos. Y convertimos ese dolor en acción.
Después de esto, ¿cómo nos levantamos? ¿Cómo no nos rendimos y sentimos que nada tiene sentido? somos conscientes que nuestro dolor es soportable, relativo, limitado…ojalá sufrir sólo ese dolor. Porque la verdadera resistencia está allí y lo que nos toca es hacer sentir al otro: no pasaste por todo eso y nos fuiste indiferente, no al menos para nosotras. Retomamos la ternura y el amor como elementos de revolución y, quizá, la mayor revolución que estamos haciendo las mujeres activistas (y los hombres también) es educar de manera antirracista, antimachista, anticolonialista, empática, considerando al otro, construyendo colectivo con nuestro hijos e hijas, pero no desde el discurso o lo narrativo (que también; explicamos, explicamos, explicamos) si no desde el ejemplo. Nuestras hijas e hijos nos ven organizar acciones, dedicar tiempo a construir otras narrativas, nos escuchan hablar de lo que pasa, nos ven llorar, nos consuelan.
En nuestras casas Palestina está presente, nuestras hijas llenan las paredes de nuestras ciudades de pegatinas de Free Palestine, pintan banderas palestinas en manualidades, nos recuerdan qué productos son boicot y disfrutan y aprenden con nosotras de la cultura palestina, del dabke, del tatreez, de la comida, de la sonrisa y la generosidad de sus gentes, de su tenacidad y de su resistencia. Nos echan de menos por no estar en casa todo lo que quisiéramos cuando estamos en la calle reunidas, en acciones o manifestándonos, pero saben y comprenden el motivo de nuestra ausencia.

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